divendres, 26 de juny del 2020

Conservacionismos en los tiempos de pandemia (ambiental)

Por Ferran Dalmau – Rovira. Director de Medi XXI GSA

Ingeniero Forestal. Técnico de Emergencias y Protección Civil.

Hace ahora 4 años, el 16 de junio de 2016 la localidad valenciana de Carcaixent padeció un Gran Incendio Forestal (aquellos que queman más de 500 hectáreas) que afectó a 2.210 hectáreas. El 80% de su patrimonio natural desapareció en unas horas. Cuando se cumplen 4 años de aquella fecha, surgen dudas sobre si hemos aprendido algo de aquella crisis, o no. Y lo cierto es que en estos 4 años, desde el punto de vista de prevenir otro fuego a esta escala local, se ha hecho más bien poco… de hecho, si atendemos a los datos estadísticos de esta localidad, en los próximos 10 años, volverá a arder. Y es que, desgraciadamente, a veces, ni con las peores crisis, se aprenden lecciones. Por desgracia, el incendio de Carcaixent es sólo una gota de agua en un inmenso mar.

Incendio forestal de Carcaixent el 16/06/2016 desde Cullera. Fuente: JCVillena - Twitter

Para que se hagan una idea, en Europa, de media, se queman unas 500.000 hectáreas, de las que 375.000 se queman en el Mediterráneo. En 2017, se quemaron 890.000 hectáreas, siendo el peor año desde 1985 en lo que a incendios forestales se refiere. Estos episodios de Grandes Incendios Forestales, muchas veces simultáneos, afectando a grandes áreas en momentos de meteorología extrema suponen la destrucción de hábitats y paisajes al quemar en altísima intensidad (mucha leña acumulada igual a mucha energía liberada), emisiones de CO2 a la atmósfera, impactos en los balances hidrológicos y en la calidad del agua o la pérdida irreparable del suelo fértil… si esto se produce de forma recurrente, y en muchos lugares así sucede, constituye una auténtica pandemia ambiental que no es otra cosa que la antesala de la desertificación (con todas sus consecuencias).

En cuanto a víctimas mortales directas, entre 2000 y 2016 Europa registró 488 muertes por incendios. Entre 2017 y 2018 se produjeron 225 muertes directas sólo en Portugal, Grecia y España. A escala mundial, la cifra de muertes por incendios se ha incrementado un 276% si atendemos a los Grandes Incendios Forestales de Estados Unidos, el Amazonas, Australia, Siberia, Portugal, Grecia… Piensen por un momento en la famosa curva de propagación y víctimas del COVID19. ¿Qué hicimos cuando la cifra de muertes se incrementaba a marchas forzadas? ¿Por qué con otras crisis esto es diferente? Porque hay que tener en cuenta que las víctimas indirectas (humanas), provocadas por emisiones contaminantes, contaminación de suelo o de agua,… son difícilmente cuantificables dado que no existen datos fiables. Pero es que, además, si nos alejamos por un momento de la visión antropocéntrica de las cosas, también hay más víctimas (animales, plantas, ecosistemas completos…). La crisis sanitaria ha sido brutal. Ha generado un impacto socio-económico sin precedentes en nuestra generación, y será recordada como un hito histórico. Un pequeño virus microscópico ha puesto en jaque a todo un sistema que, de golpe, ha descubierto que es vulnerable y ha entrado en pánico. El tiempo dirá si las medidas que ahora empiezan a implementarse son funcionales, o no. El problema es que hay otra pandemia en marcha, más brutal, más grave y más profunda, pero de esa parece que nadie se acuerda. Sorprende cómo se han adaptado protocolos, generado “espacios seguros”, articulado medidas económicas, modificado normativas a una velocidad de infarto (si atendemos a los tiempos a los que la “burrocracia” nos tiene acostumbradas a las personas corrientes) y sin embargo, para afrontar la crisis climática, todo son prórrogas, plazos largos y grandes rodeos.


Algunos datos de contexto sobre los incendios forestales

Las pérdidas económicas en Europa por los incendios forestales son de 3.000 millones de euros al año. Todos los años. Y se estima que en los próximos años esa cifra, sólo en Grecia, España, Francia, Italia y Portugal podría alcanzar los 5.000 millones de euros al año. Todos los años. ¿Qué pasaría si en lugar de gastar en reparar daños invirtiéramos en prevenirlos? ¿Se imaginan poner esas cantidades anuales en trabajos de prevención de incendios forestales y otras actuaciones que mejoren los servicios ecosistémicos del territorio agroforestal y entornos periurbanos? Sería como tener mascarillas y respiradores antes de que llegue un virus maldito a generar un problema… sería como adelantarse a los problemas antes de que se produzcan… No resulta sencillo tampoco obtener datos fiables del impacto que los incendios forestales generan en el turismo. La pérdida de paisaje y recursos implica condicionantes directos, por ejemplo, para las explotaciones de turismo rural o indirectos como la pérdida de reservas hídricas. En esa prevención cobra especial relevancia la economía rural. Según datos del Gobierno de España, entre 1970 y 2018, en todo el Estado, hubo más de 628.000 incendios que afectaron a más de 8 millones de hectáreas. A pesar de ello, es importante destacar el dato de que España es el segundo país más forestado de la Unión Europea por detrás de Suecia. El 55,2 % de la superficie total nacional (27,9 millones de hectáreas) está compuesta por terrenos forestales, de los cuales, más del 66 % son bosques. Y eso a pesar de los incendios forestales.

Cartografía europea de incendios forestales para el periodo 2008 - 2019. Se aprecia en amarillo las zonas quemadas y se observa cuáles son las regiones europeas más castigadas por el fuego. Fuente: EFFIS (European Forest Fire Information System)

¿Se imaginan qué podría llegar a ocurrir si invirtiéramos parte de la deuda que se va a generar para salir de la crisis sanitaria en prevenir la crisis ambiental? ¿Se imaginan que España empezara a aprovechar ese 55,2% de su territorio de forma ordenada y sostenible, generando puestos de trabajo que frenasen el éxodo rural y mitigasen de paso los efectos de la Emergencia Climática? Mucha gente desconoce el hecho de que España es el tercer país europeo en recursos absolutos de biomasa forestal (por detrás de Suecia y Finlandia). Por el contrario, es de los países que menos aprovecha los recursos forestales y agroganaderos (ambos renovables) para generar energía, mientras importamos decenas de miles de millones de euros al año en combustibles fósiles... En 2016, del total de la producción nacional de energía eléctrica, la biomasa supuso sólo el 2,1%. En cambio, los combustibles fósiles representan el 35% del mix eléctrico. Dos datos que harán que cualquier persona entienda los incendios actuales: Según datos de la Sociedad Española de Ciencias Forestales España ha pasado de tener en 1975 unos 456,7 a tener 927,8 millones de m3 de volumen maderable en sus montes en 2010. Se ha duplicado la “energía acumulada” en los espacios forestales.

Evolución de la superficie cultivada en España (2002 – 2017). Fuente: Dalmau Rovira, F., 2019  a partir de datos de Ministerio de Agricultura

Se calcula que al año se incorporan 60,4 millones de toneladas, y sólo se extraen 18,4 millones. Como no la aprovechamos, ni la gestionamos, acaba ardiendo. ¿Les parece lógico? Tal vez no lo sea demasiado. Y esto sin contar la biomasa agrícola… que es todavía más importante. Actualmente la biomasa genera un balance socioeconómico y medioambiental positivo, valorado en 1.323 millones de euros, como diferencia entre la aportación a las arcas públicas y el ahorro medioambiental (emisiones de CO2 y prevención de incendios) y la retribución por la actividad. También genera un impacto positivo en términos laborales. Sólo en los trabajos de recogida, tratamiento y distribución de combustible, se podrían crear 10.000 puestos de trabajo y casi 15.000 empleos más en la operación y mantenimiento de las calderas de biomasa. Además se evitaría la importación de más de 20 millones de barriles de petróleo y la emisión a la atmósfera de 8,7 millones de toneladas de CO2 /año. La biomasa forestal podría crear más de 594.000 puestos de trabajo en los próximos años. Imaginen si se suma la agrícola. Y esto es sólo un ejemplo de lo que podríamos hacer, de forma renovable, y además, sostenible. Pero no es tan sencillo. Por desgracia, tenemos algunas quimeras sociales que resolver antes de ponernos manos a la obra.

La energía ni se crea ni se destruye. Se aprovecha, o se pierde en los incendios. Fuente: Ferran Dalmau – Rovira. Incendio de Llutxent, 2018.

 

Gastamos mucho en extinción, ¿y si invirtiéramos más en prevención?

Una de las cuestiones previas que es necesario abordar es cómo y cuándo se emplean los recursos públicos en materia de incendios. Por no invertir en gestión forestal y en prevención antes de los incendios, se gasta más en extinción durante y en restauración y reparación de daños después. En 2017 España empleó 262 medios aéreos para la lucha contra incendios forestales para algo más de 27 millones de hectáreas de suelo forestal. Por hacer una comparación, Estados Unidos, tiene 331 millones de hectáreas de suelo forestal, y cada campaña emplea entre 900 y 1000 medios aéreos. Haciendo una sencilla división, en España el ratio de medios aéreos por cada millón de hectáreas es de aproximadamente 9,7 aeronaves por hectárea, mientras que en Estados Unidos es de 2,75 aeronaves por cada millón de hectáreas… Y esto pese a que es un hecho que un mayor esfuerzo de extinción no necesariamente implica una mejora en los resultados en los episodios con meteorología extrema. España gasta al año entre 300 y 400 millones de euros en extinción de incendios (sin contar dinero en reparación de daños, restauración, trabajos urgentes, indemnizaciones…), sin embargo, invierte entre 100 y 200 millones de euros en prevención. ¿Qué pasaría si se equiparan los recursos destinados a prevención? ¿Tal vez harían falta menos recursos de extinción? ¿Se ahorrarían daños ambientales, sociales y económicos? ¿Sería más sostenible? Juzgue cada cual la respuesta a estas preguntas, pero parece evidente que no es eficiente ni eficaz en términos sociales, ambientales o económicos seguir apostando mayoritariamente a la extinción de incendios..


Incendio forestal en el Parque Nacional de Garajonay en agosto de 2012. Un espacio protegido no lo está por el hecho de aprobar una figura administrativa de “conservación”. Sin gestión efectiva del territorio, no hay protección. Fuente: Parque Nacional de Garajonay

¿Se puede “conservar” algo que es dinámico y que está cambiando?

El Cambio Climático implica que las cosas van a cambiar. “Cambiar” según el diccionario, se define como “dejar una cosa o situación para tomar otra”. Es decir, el Cambio Climático, va a cambiar el escenario. La precipitación, la temperatura, los regímenes de vientos, la humedad ambiental, las sequías… y estos cambios, implicarán, lógicamente, cambios en la vegetación que alberga el territorio. El diccionario define “conservar” como “mantener o cuidar de la permanencia o integridad de algo o de alguien”. Y esta misma descripción, aplicada al término “conservacionismo” (entendido en términos ecologistas, que no de ecología) sugiere una pregunta: ¿Es posible conservar un bosque, un espacio o un ecosistema en el marco de un “cambio” climático? ¿A qué coste? ¿Tiene sentido intentar “conservar” algo que va a cambiar, cuando no a desaparecer, por una fuerza de cambio mayor que el poderío antropocéntrico? (el poderío natural, vamos). ¿Y si en lugar de centrar los esfuerzos en “conservar” lo hacemos en “adaptar” nuestros espacios agroforestales a esta “nueva realidad” que implica el cambio climático? Nuevamente, si se echa mano del diccionario, adaptar se puede entender como “acomodar, ajustar algo a otra cosa”… ¿Y si en lugar de “conservar” adaptamos, ajustamos, o acomodamos las políticas de gestión forestal, de biodiversidad, al escenario que vendrá? ¿Y si asumimos que no podemos conservar algo en un entorno cambiante? ¿Y si entendemos que tal vez sólo podemos aspirar a ayudar en ese proceso de adaptación? La imagen idealizada y prístina que algunos sectores del conservacionismo tienen del territorio provoca que su sensibilidad ambiental (fantástica y maravillosa) se traduzca en una gestión estática de algo dinámico. Algo, que por definición, parece imposible. Tal vez, y cabe insistir en el tal vez, porque no hay sólo una forma de abordar estas cuestiones, sería interesante ahondar en la pregunta de si es sostenible intentar “conservar” a toda costa, o por el contrario, es necesario trabajar, desde ya, de forma proactiva, en la adaptación a la realidad que viene. Otra propuesta pasaría por el hecho de que cuando un proyecto sea propuesto por un Ayuntamiento, y financiado por la UE (habiendo pasado un doble filtro) se simplifiquen sustancialmente los trámites para poder iniciar su desarrollo.


GUARDIAN, una herramienta de adaptación al cambio (climático).

La mayor parte de la información de la que se dispone en este momento augura para el Mediterráneo un futuro más seco, y más cálido, con sequías más recurrentes e intensas. Bajo ese escenario, toda aquella vegetación que quede fuera de rango climático (la que requiera más agua, o menos temperatura, o mejor suelo, por ejemplo) se irá debilitando e irá enfermando (por plagas forestales que actuarán como una pandemia, por ejemplo). Con masas debilitadas, y en escenarios de sequía pertinaz, el fuego, en su papel ecosistémico de gestor, acabará el trabajo haciendo desaparecer aquellas especies que ya no “quepan” en un cierto territorio. Entienda la persona que lee estas palabras que aunque se redujese a cero la causalidad humana, cosa bastante improbable, desgraciadamente, seguirían habiendo incendios como el de Llutxent en 2018, provocado por un rayo y con resultados catastróficos. Afectó a más de 200 viviendas. Y entienda también que lo único que está en manos de las personas que gestionan el territorio es el estado del escenario en el que se librará la batalla. Ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni las condiciones meteorológicas. Simplemente, el estado en el que estará el escenario.

En Carcaixent, en 2006, 10 años antes del último Gran Incendio Forestal, una pequeña Comunidad de Propietarios, con ayuda de la Generalitat Valenciana y del Ayuntamiento, emprendieron un proyecto de prevención. Las 140 propiedades de aquel núcleo y las Administraciones Públicas invirtieron en planificar y ejecutar medidas de autoprotección. Se formaron, y dotaron al núcleo con un sistema defensivo contra incendios forestales. Había quien consideró la inversión de 921,76 euros por propiedad (contando las ayudas públicas y la inversión privada) carísimo… pero llegó 2016. Y aquella inversión se amortizó de golpe. Además, si se desarrollan trabajos preventivos en los entornos urbanizados, hacen falta menos medios de extinción para su defensa, y se pueden salvar más hectáreas forestales… si no se invierte, la mayor parte de los medios se destinan a proteger casas. En este sentido, el GUARDIAN, financiado por la Comisión Europea para mitigar los efectos del Cambio Climático, supone la versión corregida y aumentada de aquella iniciativa original que se inició hace ahora 14 años en la localidad de La Ribera Alta del Xúquer. La idea innovadora es a la vez sencilla: del agua que las zonas de riesgo de la Vallesa de Mandor, Masía Traver, València la Vella, Els Pous, La Canyada, etcétera, envían a la EDAR Camp de Turia II, se va a regenerar una parte ínfima y se va a emplear como recurso en la defensa contra incendios forestales aplicando riegos prescritos para generar cortafuegos verdes. En la aportación de agua regenerada de alta calidad al medio natural para  mitigar las sequías que puedan venir y reducir la inflamabilidad de la vegetación en zonas estratégicas. Para luchar contra los incendios forestales en caso de producirse. El GUARDIAN es economía circular valenciana, aplicada, y demuestra aquello de que “siempre parece imposible, hasta que se hace”. La incorporación de las Universidades Públicas con su experiencia y conocimiento en selvicultura para maximizar el aprovechamiento del agua, y el análisis de los flujos económicos, de CETAQUA como centro tecnológico, de HIDRAQUA como expertos en ciclo integral del agua, y de los Ayuntamientos de Riba-roja y Paterna, como gestores y como beneficiarios de la iniciativa, han hecho que este proyecto una magnífica herramienta de adaptación al cambio que estamos viviendo. Tras un año y medio de documentación técnica, de permisos, trámites y papeles, en septiembre comenzará el trabajo sobre el terreno, centrado, lógicamente, en adaptar estas zonas tras lo que se aprendió en 2016 en Carcaixent.

 


Cortafuegos verde en Carcaixent que recibió el impacto del incendio y ayudó en su contención permitiendo a los Servicios de Emergencia defender la zona, 2016. Fuente: Medi XXI GSA.

La última acepción del diccionario de la palabra “adaptar” la describe como un concepto de la biología, “dicho de un ser vivo: Acomodarse a las condiciones de su entorno”. Miren, a mí, no me gusta, porque hemos llegado hasta aquí por nuestra inconsciencia como sociedad, y por una serie de decisiones que debemos revisar, pero el hecho, es que el entorno va a cambiar. Y ante ese hecho, tenemos dos opciones. Adaptarnos, o no. Y cada opción, entraña unas consecuencias, así que la pregunta es sencilla:

¿Qué prefieren? ¿Adaptarse o …?

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