Por Ferran Dalmau – Rovira.
Director de Medi XXI GSA
Ingeniero Forestal. Técnico de Emergencias y Protección Civil.
Hace ahora 4 años, el 16 de junio de 2016 la localidad
valenciana de Carcaixent padeció un Gran Incendio Forestal (aquellos que queman
más de 500 hectáreas) que afectó a 2.210 hectáreas. El 80% de su patrimonio
natural desapareció en unas horas. Cuando se cumplen 4 años de aquella fecha,
surgen dudas sobre si hemos aprendido algo de aquella crisis, o no. Y lo cierto
es que en estos 4 años, desde el punto de vista de prevenir otro fuego a esta
escala local, se ha hecho más bien poco… de hecho, si atendemos a los datos
estadísticos de esta localidad, en los próximos 10 años, volverá a arder. Y es
que, desgraciadamente, a veces, ni con las peores crisis, se aprenden
lecciones. Por desgracia, el incendio de Carcaixent es sólo una gota de agua en
un inmenso mar.
Incendio forestal de Carcaixent el 16/06/2016 desde
Cullera. Fuente: JCVillena - Twitter
Para que se hagan una idea, en Europa, de media, se
queman unas 500.000 hectáreas, de las que 375.000 se queman en el Mediterráneo.
En 2017, se quemaron 890.000 hectáreas, siendo el peor año desde 1985 en lo que
a incendios forestales se refiere. Estos episodios de Grandes Incendios
Forestales, muchas veces simultáneos, afectando a grandes áreas en momentos de
meteorología extrema suponen la destrucción de hábitats y paisajes al quemar en
altísima intensidad (mucha leña acumulada igual a mucha energía liberada),
emisiones de CO2 a la atmósfera, impactos en los balances hidrológicos y en la
calidad del agua o la pérdida irreparable del suelo fértil… si esto se produce
de forma recurrente, y en muchos lugares así sucede, constituye una auténtica
pandemia ambiental que no es otra cosa que la antesala de la desertificación
(con todas sus consecuencias).
En cuanto a víctimas mortales directas, entre 2000 y 2016
Europa registró 488 muertes por incendios. Entre 2017 y 2018 se produjeron 225
muertes directas sólo en Portugal, Grecia y España. A escala mundial, la cifra
de muertes por incendios se ha incrementado un 276% si atendemos a los Grandes
Incendios Forestales de Estados Unidos, el Amazonas, Australia, Siberia,
Portugal, Grecia… Piensen por un momento en la famosa curva de propagación y
víctimas del COVID19. ¿Qué hicimos cuando la cifra de muertes se incrementaba a
marchas forzadas? ¿Por qué con otras crisis esto es diferente? Porque hay que
tener en cuenta que las víctimas indirectas (humanas), provocadas por emisiones
contaminantes, contaminación de suelo o de agua,… son difícilmente
cuantificables dado que no existen datos fiables. Pero es que, además, si nos
alejamos por un momento de la visión antropocéntrica de las cosas, también hay
más víctimas (animales, plantas, ecosistemas completos…). La crisis sanitaria
ha sido brutal. Ha generado un impacto socio-económico sin precedentes en
nuestra generación, y será recordada como un hito histórico. Un pequeño virus
microscópico ha puesto en jaque a todo un sistema que, de golpe, ha descubierto
que es vulnerable y ha entrado en pánico. El tiempo dirá si las medidas que
ahora empiezan a implementarse son funcionales, o no. El problema es que hay
otra pandemia en marcha, más brutal, más grave y más profunda, pero de esa
parece que nadie se acuerda. Sorprende cómo se han adaptado protocolos,
generado “espacios seguros”, articulado medidas económicas, modificado
normativas a una velocidad de infarto (si atendemos a los tiempos a los que la
“burrocracia” nos tiene acostumbradas a las personas corrientes) y sin embargo,
para afrontar la crisis climática, todo son prórrogas, plazos largos y grandes
rodeos.
Algunos datos de contexto sobre los incendios forestales
Las pérdidas económicas en Europa por los incendios
forestales son de 3.000 millones de euros al año. Todos los años. Y se estima
que en los próximos años esa cifra, sólo en Grecia, España, Francia, Italia y
Portugal podría alcanzar los 5.000 millones de euros al año. Todos los años.
¿Qué pasaría si en lugar de gastar en reparar daños invirtiéramos en
prevenirlos? ¿Se imaginan poner esas cantidades anuales en trabajos de
prevención de incendios forestales y otras actuaciones que mejoren los
servicios ecosistémicos del territorio agroforestal y entornos periurbanos?
Sería como tener mascarillas y respiradores antes de que llegue un virus
maldito a generar un problema… sería como adelantarse a los problemas antes de
que se produzcan… No resulta sencillo tampoco obtener datos fiables del impacto
que los incendios forestales generan en el turismo. La pérdida de paisaje y
recursos implica condicionantes directos, por ejemplo, para las explotaciones
de turismo rural o indirectos como la pérdida de reservas hídricas. En esa
prevención cobra especial relevancia la economía rural. Según datos del
Gobierno de España, entre 1970 y 2018, en todo el Estado, hubo más de 628.000
incendios que afectaron a más de 8 millones de hectáreas. A pesar de ello, es
importante destacar el dato de que España es el segundo país más forestado de
la Unión Europea por detrás de Suecia. El 55,2 % de la superficie total
nacional (27,9 millones de hectáreas) está compuesta por terrenos forestales,
de los cuales, más del 66 % son bosques. Y eso a pesar de los incendios
forestales.
Cartografía europea de incendios forestales para el
periodo 2008 - 2019. Se aprecia en amarillo las zonas quemadas y se observa
cuáles son las regiones europeas más castigadas por el fuego. Fuente: EFFIS
(European Forest Fire Information System)
¿Se imaginan qué podría llegar a ocurrir si invirtiéramos
parte de la deuda que se va a generar para salir de la crisis sanitaria en
prevenir la crisis ambiental? ¿Se imaginan que España empezara a aprovechar ese
55,2% de su territorio de forma ordenada y sostenible, generando puestos de
trabajo que frenasen el éxodo rural y mitigasen de paso los efectos de la
Emergencia Climática? Mucha gente desconoce el hecho de que España es el tercer
país europeo en recursos absolutos de biomasa forestal (por detrás de Suecia y
Finlandia). Por el contrario, es de los países que menos aprovecha los recursos
forestales y agroganaderos (ambos renovables) para generar energía, mientras
importamos decenas de miles de millones de euros al año en combustibles
fósiles... En 2016, del total de la producción nacional de energía eléctrica,
la biomasa supuso sólo el 2,1%. En cambio, los combustibles fósiles representan
el 35% del mix eléctrico. Dos datos que harán que cualquier persona entienda
los incendios actuales: Según datos de la Sociedad Española de Ciencias
Forestales España ha pasado de tener en 1975 unos 456,7 a tener 927,8 millones
de m3 de volumen maderable en sus montes en 2010. Se ha duplicado la
“energía acumulada” en los espacios forestales.
Evolución de la superficie cultivada en España (2002 –
2017). Fuente: Dalmau Rovira, F., 2019 a
partir de datos de Ministerio de Agricultura
Se calcula que al año se incorporan 60,4 millones de
toneladas, y sólo se extraen 18,4 millones. Como no la aprovechamos, ni la
gestionamos, acaba ardiendo. ¿Les parece lógico? Tal vez no lo sea demasiado. Y
esto sin contar la biomasa agrícola… que es todavía más importante. Actualmente
la biomasa genera un balance socioeconómico y medioambiental positivo, valorado
en 1.323 millones de euros, como diferencia entre la aportación a las arcas
públicas y el ahorro medioambiental (emisiones de CO2 y prevención de
incendios) y la retribución por la actividad. También genera un impacto
positivo en términos laborales. Sólo en los trabajos de recogida, tratamiento y
distribución de combustible, se podrían crear 10.000 puestos de trabajo y casi
15.000 empleos más en la operación y mantenimiento de las calderas de biomasa.
Además se evitaría la importación de más de 20 millones de barriles de petróleo
y la emisión a la atmósfera de 8,7 millones de toneladas de CO2 /año. La biomasa
forestal podría crear más de 594.000 puestos de trabajo en los próximos años.
Imaginen si se suma la agrícola. Y esto es sólo un ejemplo de lo que podríamos
hacer, de forma renovable, y además, sostenible. Pero no es tan sencillo. Por
desgracia, tenemos algunas quimeras sociales que resolver antes de ponernos
manos a la obra.
La energía ni se crea ni se destruye. Se aprovecha, o se
pierde en los incendios. Fuente: Ferran Dalmau – Rovira. Incendio de Llutxent,
2018.
Gastamos mucho en extinción, ¿y si invirtiéramos más en prevención?
Una de las cuestiones previas que es necesario abordar es
cómo y cuándo se emplean los recursos públicos en materia de incendios. Por no
invertir en gestión forestal y en prevención antes de los incendios, se gasta
más en extinción durante y en restauración y reparación de daños después. En
2017 España empleó 262 medios aéreos para la lucha contra incendios forestales
para algo más de 27 millones de hectáreas de suelo forestal. Por hacer una
comparación, Estados Unidos, tiene 331 millones de hectáreas de suelo forestal,
y cada campaña emplea entre 900 y 1000 medios aéreos. Haciendo una sencilla
división, en España el ratio de medios aéreos por cada millón de hectáreas es
de aproximadamente 9,7 aeronaves por hectárea, mientras que en Estados Unidos
es de 2,75 aeronaves por cada millón de hectáreas… Y esto pese a que es un
hecho que un mayor esfuerzo de extinción no necesariamente implica una mejora
en los resultados en los episodios con meteorología extrema. España gasta al
año entre 300 y 400 millones de euros en extinción de incendios (sin contar
dinero en reparación de daños, restauración, trabajos urgentes,
indemnizaciones…), sin embargo, invierte entre 100 y 200 millones de euros en
prevención. ¿Qué pasaría si se equiparan los recursos destinados a prevención?
¿Tal vez harían falta menos recursos de extinción? ¿Se ahorrarían daños
ambientales, sociales y económicos? ¿Sería más sostenible? Juzgue cada cual la
respuesta a estas preguntas, pero parece evidente que no es eficiente ni eficaz
en términos sociales, ambientales o económicos seguir apostando
mayoritariamente a la extinción de incendios..
Incendio forestal en el Parque Nacional de Garajonay en
agosto de 2012. Un espacio protegido no lo está por el hecho de aprobar una
figura administrativa de “conservación”. Sin gestión efectiva del territorio,
no hay protección. Fuente: Parque Nacional de Garajonay
¿Se puede “conservar” algo que es dinámico y que está cambiando?
El Cambio Climático implica que las cosas van a cambiar.
“Cambiar” según el diccionario, se define como “dejar una cosa o situación para
tomar otra”. Es decir, el Cambio Climático, va a cambiar el escenario. La
precipitación, la temperatura, los regímenes de vientos, la humedad ambiental,
las sequías… y estos cambios, implicarán, lógicamente, cambios en la vegetación
que alberga el territorio. El diccionario define “conservar” como “mantener o
cuidar de la permanencia o integridad de algo o de alguien”. Y esta misma
descripción, aplicada al término “conservacionismo” (entendido en términos
ecologistas, que no de ecología) sugiere una pregunta: ¿Es posible conservar un
bosque, un espacio o un ecosistema en el marco de un “cambio” climático? ¿A qué
coste? ¿Tiene sentido intentar “conservar” algo que va a cambiar, cuando no a
desaparecer, por una fuerza de cambio mayor que el poderío antropocéntrico? (el
poderío natural, vamos). ¿Y si en lugar de centrar los esfuerzos en “conservar”
lo hacemos en “adaptar” nuestros espacios agroforestales a esta “nueva
realidad” que implica el cambio climático? Nuevamente, si se echa mano del
diccionario, adaptar se puede entender como “acomodar, ajustar algo a otra
cosa”… ¿Y si en lugar de “conservar” adaptamos, ajustamos, o acomodamos las
políticas de gestión forestal, de biodiversidad, al escenario que vendrá? ¿Y si
asumimos que no podemos conservar algo en un entorno cambiante? ¿Y si
entendemos que tal vez sólo podemos aspirar a ayudar en ese proceso de
adaptación? La imagen idealizada y prístina que algunos sectores del
conservacionismo tienen del territorio provoca que su sensibilidad ambiental
(fantástica y maravillosa) se traduzca en una gestión estática de algo
dinámico. Algo, que por definición, parece imposible. Tal vez, y cabe insistir
en el tal vez, porque no hay sólo una forma de abordar estas cuestiones, sería
interesante ahondar en la pregunta de si es sostenible intentar “conservar” a
toda costa, o por el contrario, es necesario trabajar, desde ya, de forma proactiva,
en la adaptación a la realidad que viene. Otra propuesta pasaría por el hecho
de que cuando un proyecto sea propuesto por un Ayuntamiento, y financiado por
la UE (habiendo pasado un doble filtro) se simplifiquen sustancialmente los
trámites para poder iniciar su desarrollo.
GUARDIAN, una herramienta de adaptación al cambio (climático).
La mayor parte de la información de la que se dispone en
este momento augura para el Mediterráneo un futuro más seco, y más cálido, con
sequías más recurrentes e intensas. Bajo ese escenario, toda aquella vegetación
que quede fuera de rango climático (la que requiera más agua, o menos
temperatura, o mejor suelo, por ejemplo) se irá debilitando e irá enfermando (por
plagas forestales que actuarán como una pandemia, por ejemplo). Con masas
debilitadas, y en escenarios de sequía pertinaz, el fuego, en su papel
ecosistémico de gestor, acabará el trabajo haciendo desaparecer aquellas
especies que ya no “quepan” en un cierto territorio. Entienda la persona que
lee estas palabras que aunque se redujese a cero la causalidad humana, cosa
bastante improbable, desgraciadamente, seguirían habiendo incendios como el de
Llutxent en 2018, provocado por un rayo y con resultados catastróficos. Afectó
a más de 200 viviendas. Y entienda también que lo único que está en manos de
las personas que gestionan el territorio es el estado del escenario en el que
se librará la batalla. Ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni las condiciones
meteorológicas. Simplemente, el estado en el que estará el escenario.
En Carcaixent, en 2006, 10 años antes del último Gran
Incendio Forestal, una pequeña Comunidad de Propietarios, con ayuda de la
Generalitat Valenciana y del Ayuntamiento, emprendieron un proyecto de
prevención. Las 140 propiedades de aquel núcleo y las Administraciones Públicas
invirtieron en planificar y ejecutar medidas de autoprotección. Se formaron, y
dotaron al núcleo con un sistema defensivo contra incendios forestales. Había
quien consideró la inversión de 921,76 euros por propiedad (contando las ayudas
públicas y la inversión privada) carísimo… pero llegó 2016. Y aquella inversión
se amortizó de golpe. Además, si se desarrollan trabajos preventivos en los
entornos urbanizados, hacen falta menos medios de extinción para su defensa, y
se pueden salvar más hectáreas forestales… si no se invierte, la mayor parte de
los medios se destinan a proteger casas. En este sentido, el GUARDIAN,
financiado por la Comisión Europea para mitigar los efectos del Cambio
Climático, supone la versión corregida y aumentada de aquella iniciativa
original que se inició hace ahora 14 años en la localidad de La Ribera Alta del
Xúquer. La idea innovadora es a la vez sencilla: del agua que las zonas de
riesgo de la Vallesa de Mandor, Masía Traver, València la Vella, Els Pous, La
Canyada, etcétera, envían a la EDAR Camp de Turia II, se va a regenerar una
parte ínfima y se va a emplear como recurso en la defensa contra incendios
forestales aplicando riegos prescritos para generar cortafuegos verdes. En la
aportación de agua regenerada de alta calidad al medio natural para mitigar las sequías que puedan venir y
reducir la inflamabilidad de la vegetación en zonas estratégicas. Para luchar
contra los incendios forestales en caso de producirse. El GUARDIAN es economía
circular valenciana, aplicada, y demuestra aquello de que “siempre parece
imposible, hasta que se hace”. La incorporación de las Universidades Públicas
con su experiencia y conocimiento en selvicultura para maximizar el
aprovechamiento del agua, y el análisis de los flujos económicos, de CETAQUA
como centro tecnológico, de HIDRAQUA como expertos en ciclo integral del agua,
y de los Ayuntamientos de Riba-roja y Paterna, como gestores y como
beneficiarios de la iniciativa, han hecho que este proyecto una magnífica
herramienta de adaptación al cambio que estamos viviendo. Tras un año y medio
de documentación técnica, de permisos, trámites y papeles, en septiembre
comenzará el trabajo sobre el terreno, centrado, lógicamente, en adaptar estas
zonas tras lo que se aprendió en 2016 en Carcaixent.
Cortafuegos verde en Carcaixent que recibió el impacto
del incendio y ayudó en su contención permitiendo a los Servicios de Emergencia
defender la zona, 2016. Fuente: Medi XXI GSA.
La última acepción del diccionario de la palabra
“adaptar” la describe como un concepto de la biología, “dicho de un ser vivo:
Acomodarse a las condiciones de su entorno”. Miren, a mí, no me gusta, porque
hemos llegado hasta aquí por nuestra inconsciencia como sociedad, y por una
serie de decisiones que debemos revisar, pero el hecho, es que el entorno va a
cambiar. Y ante ese hecho, tenemos dos opciones. Adaptarnos, o no. Y cada
opción, entraña unas consecuencias, así que la pregunta es sencilla:
¿Qué prefieren? ¿Adaptarse o …?