dilluns, 13 d’abril del 2020

¿Volver a la normalidad?


¿Volver a la normalidad?

Por Ferran Dalmau – Rovira (@ferrandalmau78)
Ingeniero Forestal. Técnico de Emergencias y Protección Civil.
Director de una micropyme con 14 empleados.

Carcaixent, València. 02 de abril de 2020

Estimad@s conciudadan@s:

Tenemos problemas. Es evidente. Jamás en la historia reciente de la Humanidad habíamos estado ante una situación como la actual. Y no exagero. Jamás antes de ahora habíamos sido más de 7.000 millones de personas en el vecindario (el Mundo, vamos). Jamás antes de ahora habíamos contaminado tanto ni consumido tantos recursos naturales, energía… como en los últimos 150 – 200 años (desde la revolución industrial). Jamás habíamos viajado tanto. Y lo más peligroso: jamás habíamos sido tan urbanitas. Y eso, todo junto, nos ha hecho mucho más vulnerables. De hecho, nuestra vulnerabilidad ha evolucionado a peor exactamente al mismo ritmo que se han ido distanciando la sociedad, la lógica y la naturaleza. De las formas de vida de nuestros ancestros que se apañaban con mucho menos que nosotros, hasta el extremo de la miseria en muchos casos, se ha pasado a una sociedad (al menos parte de ella) opulenta sin sentido, ilógica, inconsciente, ignorante del entorno que la rodea y de la realidad más allá de su falsa sensación urbana de seguridad. En el sentido negativo, seremos recordados por palabras como “basuraleza” o “antropoceno”.  Sí, sí, la capa de residuos que dejaremos será evidente a escala geológica… es así de triste. Y es que en la medida en la que la especie humana ha modificado su forma de relación entre sus componentes y con el medio natural, el riesgo ha ido ganando terreno. Y, mire usted por donde, ha tenido que venir un “insignificante” patógeno microscópico para demostrarlo. Ha dado igual que muchas personas lo hubieran advertido antes. La forma en la que “lo urbano” se ha desentendido de “lo natural” desemboca en crisis como la que estamos viviendo. Pero vendrán más.


Elaboración propia y adaptación del aforismo: “Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles” del fundador de Dubai Sheik Rashid Bin Saeed Al Maktoum

Así que sí, honremos a nuestros muertos. Las cifras son dramáticas. Pero, no nos equivoquemos. Tenemos retos importantes por delante. La crisis sanitaria es el síntoma de una enfermedad mucho más grave que tiene que ver con el modelo social y económico que hemos adoptado, de producción y de consumo insostenible, con una gestión del territorio y de las ciudades que no tiene en cuenta los riesgos, con relaciones interpersonales y laborales de “usar y tirar”, con el individualismo que nos ha hecho débiles... Y es que, si nos equivocamos otra vez, el esfuerzo que estamos haciendo como sociedad, en vidas humanas, con el parón de la actividad, el confinamiento, el endeudamiento… no dejará de ser un cuidado paliativo. Durísimo. Pero no una cura. Si la sociedad en su conjunto, en un escenario como el actual, no entiende y atiende al hecho de que los problemas complejos (como el de una emergencia sanitaria, o el reto de la despoblación, o la falta de sostenibilidad…) no aceptan soluciones simples ni simplistas, y que junt@s somos más fuertes, seguiremos haciendo preguntas equivocadas para seguir aplicando respuestas erróneas. La crisis sanitaria es la consecuencia de una serie de decisiones y actos que hemos consumado como sociedad. ¿Qué actos? Muchos. Volvernos urbanos, cómodos, y ciertamente insolidarios e irresponsables, entre otros. Urbanos porque el 80% de la población en España ya es urbana, mientras la amenaza de la extinción demográfica afecta, en mayor o menor grado, a más de 4.000 municipios de los que, 1.286 subsisten con menos de 100 empadronados, y 2.652 no llegan a 501 empadronados.



Municipios que pierden población en España en el siglo XXI. Fuente: Ministerio de Política Territorial

Cómodos porque no queremos trabajar la tierra, aunque “ciudad” pueda ser sinónimo de pobreza, de precariedad, de hostilidad, de personas ancianas que mueren solas, de insostenibilidad, de atascos, de estrés, de contaminación… pero “ser urbano, mola”. Vivir en pueblos es de “paletos”, dicen, mientras la gente rural sonríe ante el “cosmopaletismo” de ciertos urbanitas. Todo el mundo quiere televisión por cable, aire acondicionado, un coche, el último teléfono, la última consola… Algunos incluso quieren hacer “lo que les dé la gana” sin pensar en las consecuencias, que para eso son más listos, más guapos, más “políticamente incorrectos” y “más mejores” que nadie (o eso creen ellos…,). Se ha visto con la cantidad de detenciones y multas impuestas durante el Estado de Alarma. Detenciones de gente que se jactaba de saltarse los controles para irse al pueblo o la playa... Una parte de la sociedad ha alcanzado tal nivel de degradación como especie que ya hay seres deleznables (COVID-iotas, creo que los han llamado) a los que la Comunidad, o el resto de la gente les importa poco. Hasta ese punto llega la inconsciencia. No son conscientes de que sus actos pueden afectar también a la gente que quieren… aunque igual es que no quieren a nadie. Y ese es otro problema grave. No querer.

Insolidarios porque algunos países “ricos” no quieren jugar con algunos países “pobres”, porque grupos de países pagan a otros para que les hagan el trabajo sucio y bloqueen sus fronteras, porque los bancos son más importantes que las personas, porque algunos roban sin importarles las consecuencias, porque algunos acumulan recursos por encima de sus necesidades, y de las de sus hijos, a costa de los hijos de los demás, y les da igual, porque algunos (generalmente los mismos que roban) socializan las pérdidas, pero privatizan los beneficios (es el mercado, amigo…, pero sólo cuando conviene) o porque a nadie parece importarle, de verdad, más allá del postureo verde, lo único verdaderamente esencial y lo más importante para la vida (nuestra vida), que es el aire, el agua, los alimentos, y las personas.
Irresponsables porque hemos abandonado cerca del 60% del territorio, que muere de despoblamiento, pero hemos arrasado y contaminado el otro 40% en lugar de aprovechar todos los recursos que nos da el ecosistema de forma razonable, lógica, sostenible. Porque hacemos nuestras ciudades sin pensar en los riesgos sociales, naturales, o sanitarios. Vivir todos hacinados en grandes urbes es un problema ante una crisis ¿no lo ven? O pegarnos al litoral, en primera línea de playa… hasta que viene la Naturaleza a recordarnos con un temporal que no nos pertenece. Sino que, aunque se nos haya olvidado, por mucho dinero, técnica o ciencia que tengamos, nosotros somos parte de esa naturaleza y no podemos vivir de espaldas a ella. Deslocalizamos toda la producción. No nos calentamos con renovables (solar, biomasa…) y consumimos fósiles, no renovables (gas natural, gasóleo…), no utilizamos madera ni otros productos agroforestales (renovables, en contraposición a plásticos y otros materiales menos nobles), dejamos que miles mueran de hambre y miseria, pero queremos frutas exóticas y comidas exquisitas, aunque vengan de la otra parte del mundo sin importarnos nuestro sector primario (agricultura, ganadería, aprovechamientos forestales…). Pero ¡si hasta vamos a entrenar al gimnasio en coche! y si a esto, que ya es complejo per se, le agregamos “la pandemia social” (el contagio que se produce en redes sociales mientras los sanitarios trabajan duro cuidando a nuestros enfermos), y las intrigas palaciegas de los intereses más o menos legítimos de cada cual, tenemos un panorama ciertamente complicado, y si me apuran, preocupante.

¿De cuántas pandemias antes de esta se había enterado usted? Sólo de algunas, y por las noticias. Según datos de UNICEF, cerca de 1.000 niños y niñas mueren todos los días a causa de enfermedades diarreicas asociadas con agua potable contaminada, saneamiento deficiente o malas prácticas de higiene. En total, 748 millones de personas en todo el mundo siguen teniendo serios problemas para acceder al agua. Pero eso no es importante. No son los nuestros ¿verdad? Entonces, ¿qué más da? Lógicamente, sí son de los nuestros. Pero en nuestra “normalidad” se nos olvidaba. A lo mejor ahora lo entendemos mejor… No obstante, en toda amenaza hay intrínsecamente una oportunidad. De la necesidad nace el ingenio. Y en las crisis, del mismo modo que el imbécil demuestra su imbecilidad en todo su esplendor, la buena gente muestra su solidaridad, su generosidad, su capacidad cívica, sus propuestas maravillosas, creativas, … ha sido emocionante ver los miles de iniciativas grandes y pequeñas que demuestran todo lo bueno de los que somos capaces. Desde las gentes de la Ciencia buscando soluciones, los Servicios Públicos de Salud, dándolo todo, hasta la vida, hasta las personas que le han llevado la compra a esos ancianos que lo tenían peor para ir… esa es mi especie. Esa, tal vez, debería ser la nueva normalidad. Dijo el filósofo y teólogo hondureño Rodríguez Maradiaga que “hace más ruido un árbol que cae, que un bosque que crece”. ¿Queremos la normalidad del árbol, o del bosque?



Aforismo del filósofo y teólogo hondureño Rodríguez Maradiaga. Imagen: Dalmau – Rovira, F.

¿Queremos una normalidad en la que unos pocos futbolistas privilegiados, niños ricos malcriados, son aplaudidos, incluso tras delinquir y estafarnos a todos? Futbolistas que simplemente, entretienen, mientras personas dedicadas a las Ciencias, ambientales, de la salud, científicos y técnicos que simplemente, hacen avanzar el conocimiento y nos permiten avanzar como sociedad, sobreviven, mientras personas dedicadas a la agricultura, o a la ganadería, o a la gestión forestal, que nos proveen de aire, agua y alimentos, mueren olvidados por esta “normalidad” desnaturalizada… Esta nueva normalidad debería combatir sin tregua la ignorancia y el desconocimiento, la desinformación, los bulos, los rumores, las opiniones poco fundadas y las mentiras malintencionadas, porque nos hacen vulnerables. De hecho, ciertas actitudes quiméricas y peligrosas deberían ser, directamente, “anticonstitucionales”. Van contra la convivencia.  Urge buscar vacuna para la amenaza de las personas enfermas de odio desmedido, alentado por las mentiras malintencionadas, el juego bruto, sucio, miserable, de líderes irresponsables, de voceros mercenarios, y de unas redes sociales utilizadas de forma despiadada y negligente. Y urge afrontar la amenaza de la ignorancia, que es el sustrato del odio. Dijo Averroes, filósofo y médico andalusí de nuestro pasado ibérico multicultural que "La ignorancia lleva al miedo. El miedo lleva al odio, y el odio a la violencia. Esa es la ecuación". Lo hemos visto muchas veces antes. Los nazis ya utilizaron las noticias falsas instrumentalizando sus propios muertos con el bombardeo de Dresden. Aunque Alemania había bombardeado de forma sistemática Inglaterra provocando la muerte de más de 40.000 civiles, cuando los Aliados bombardearon la ciudad, el Ministro de Propaganda nazi, famoso autor de la frase de que una mentira repetida miles de veces acaba teniendo apariencia de verdad, filtró que habían muerto más de 200.000 civiles (cuando no eran más de 25.000) a la prensa neutral, manipulando los datos, y generando un cisma entre los aliados. 



Imagen de Toni Frissell de un niño abandonado que agarra a un animal de peluche entre los escombros de 1945 Londres.
La guerra es la peor expresión de la condición humana en toda su crueldad, y desgraciadamente ha formado parte de la normalidad humana desde el inicio de los tiempos. De ahí la necesidad de combatir la ignorancia y el odio.

Los pimpollos actuales del nacional – populismo no han inventado nada, y se valen de las mismas tretas. Se aprovechan de la ignorancia para fabricar odio. Y ya sabemos cómo acaba. De ahí la importancia de enfrentarlos como lo que son, una enfermedad para la sociedad. Algunas personas maravillosas de la epidemiología, virología, medicina, … se desgañitan durante estos días explicando que las emergencias no avisan, intentando hacer pedagogía, explicando por qué estamos dónde estamos, el efecto que han tenido los recortes en Sanidad, (y en Educación) cuando nos decían que era un coste en lugar de entender que era una inversión… Personas que han puesto su salud, su conocimiento, adquirido con esfuerzo, estudio y experiencia, al servicio de la sociedad, para recibir de algunos a cambio un “esa es su opinión”, “yo no me fío”… cuando no insultos, mentiras o desaires diversos… Vean si no, la que les ha caído a Fernando Simón, médico, epidemiólogo y Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad y a su equipo. Menuda papeleta. Dar la cara ante una sociedad cabreada, por algo que ha pillado al mundo desprevenido. 



Y es que por mucha gente “sabia a posteriori” que haya, esta situación nos ha pillado a contrapié. Pero, ¿se han preguntado por qué? ¿Tendrá algo que ver el hacinamiento en grandes urbes insostenibles en términos sociales, económicos y ambientales? ¿la falta de prevención? ¿la prepotencia de una sociedad “avanzada”? ¿Tal vez haya influido en la percepción de caos en la gestión el “cuñadismo” y los bulos de Internet buscando intereses espurios? Seguro que han cometido errores. Como en todas las Emergencias. Y es que una situación así no se había producido nunca en las últimas décadas, pero ¿puede que ser que haber recortado en investigación, en sanidad (y en educación) no haya sido una buena idea al debilitar nuestro sistema de salud y la conciencia colectiva? ¿Puede tener algo que ver que en la normalidad previa el yo fuera infinitamente más importante que el nosotros? No lo sé. Tengo más preguntas que certezas. Y conste que no juzgo y que asumo, de antemano, que puedo estar equivocado. Solamente describo algunas observaciones, y me hago preguntas. No me malinterpreten. O sí, háganlo. Honestamente, con todo respeto, me da igual. No por nada, simplemente es que lo más probable es que no nos conozcamos jamás. Así que no pasa nada. Mi punto de vista es tan irrelevante como el suyo. Pero piense en las causas que acabo de exponer y si cree que puede haber algo de cierto en todo ello. Hay más. Y ahora, si no le importa, piense en consecuencias.

¿La pandemia y la incapacidad para gestionarla mejor de todo el “primer mundo” (mundo sólo hay uno)? ¿La falta de producción propia de materiales básicos? ¿La falta de percepción de los riesgos a los que estamos expuestos? ¿el individualismo? ¿La desnaturalización? La consecuencia más peligrosa, seguramente. Tal vez, deberíamos entender que unas decisiones u otras, como sociedad, no son buenas o malas. Sólo nos traerán unas consecuencias u otras. Y al menos, deberíamos ser consecuentes. Si se producen consecuencias por nuestros actos, no nos quejemos. Si no nos gustan las consecuencias, modifiquemos nuestros actos. Si no lo hacemos, al menos, por coherencia, no nos quejemos. ¿Qué hace usted para que las cosas no sean como son? Si la respuesta tiene que ver con actividad en redes sociales, ya le contesto yo: seguramente, nada. Tenemos exactamente lo que nos merecemos (como conjunto de individuos que viven en una sociedad) porque somos de mucho opinar, pero de poco hacer. La realidad se cambia con acciones en el mundo real. Mojándose, implicándose, haciendo (Saber, es hacer). Alimentadas por redes si quieren, o aprovechando esa herramienta. Genial. Pero no se previenen futuras pandemias con tweets o “whatsapps”. 



Si se dedica poco dinero a ciencia, investigación y conocimiento se pierden oportunidades sociales, ambientales y competitividad económica. Fuente: INE + Eurostat 


No se mejora el Sistema Público de Salud desde el sofá viendo series. Ah, y los cojones están muy lejos del cerebro. Que en estos días inciertos los amigos de la testiculina campan por doquier. Las opiniones y los “bargumentos”, no curan enfermedades. Las enfermedades se curan con inversión en prevención, en un sistema de salud fuerte, y con investigación dotada presupuestariamente, y de calidad. No con precariedad, ni discursos interesados. Con una sociedad formada e informada ¿Alguien piensa que si la salud no fuese negocio habría empresas interesadas en meter la zarpa? Cuando la salud es un producto, sólo accede a ella la gente con dinero. El resto, ya se apañará, ¿no? Miren a Estados Unidos… Ver el mundo a través de un “teléfono inteligente” (tan inteligente como la persona que lo maneja, seguramente) no cambia la realidad. Y la realidad es que cada persona tiene una parte de responsabilidad en la “normalidad”. Por acción o por omisión. Pero una normalidad, u otra, es la suma de los actos de todos y cada uno de nosotros. Tal vez, y digo tal vez porque no soy quien para decirle a nadie lo que tiene que hacer, deberíamos preguntarnos si queremos “volver a la normalidad” o queremos una normalidad mejor. 

Todas las personas tenemos capacidad para cambiar cosas. A nuestra escala. Podemos escoger dónde comprar, dónde vivir, a quién votar, informarnos antes de hablar, cómo relacionarnos con los demás, ser responsables o no, ser solidarios o no, ser cómodos o no… Podemos ser recordados también por ser quién puso fin al Antropoceno, al reto demográfico, quien plantó cara al Cambio Climático... ¿Buenismo? Sí. Claro. Si usted prefiere el antónimo, allá usted.

Dijo Martin Luther King hijo que “… el progreso humano no es ni automático, ni inevitable…”. La normalidad tampoco. 

¿De verdad queremos volver a la normalidad anterior?

4 comentaris:

  1. Aplaudo de la primera a la última linea, me alegro haber elegido hace cinco años ser "paleto"......

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  2. Gracias Juanma =) Espero volver a visitaros pronto. ¡Un fuerte abrazo y mucho ánimo!

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  3. Muy buen explicado y narrado, es la cruda realidad, y sin duda estamos en el periodo dominado por los débiles, significa que los tiempos duros están por llegar. Esta ecuación no falla "Los tiempos dificiles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres debiles, los hombres debiles crean tiempos dificiles."

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  4. GRACIAS POR SU ANÁLISIS, OJALÁ LO LEYERA , ANALIZARÁ,ENTENDIERA LA HUMANIDAD A VER SÍ VEMOS UN FUTURO MEJOR PARA NUESTROS DECENDIENTES

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